De sexo se habla y se escribe mucho, mas de lo que se practica.
Esto no es una guía para practicar mas, pero puede ser que mis experiencias
te hagan sonreír, sonrojar o te ayuden a conocer mas sobre el tema, buscarle
nuevos puntos de vista, o aprender juntos sobre sexo, erotismo y placer.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Un poco de humor (II)

Como esta semana se está haciendo un poco dura para muchos, os dejo algo para que echar unas risas, o no, todo depende...


Todo depende de quien lo cuente…
 Dos mujeres hablando:
-¿Cómo te fue ayer?
-¡¡Una catástrofe! Mi marido llegó a casa del trabajo, cenó en tres minutos, después tuvimos relaciones sexuales en cuatro minutos y dos minutos mas tarde, ya estaba dormido! Y tu día, ¿cómo fue?
-¡¡Ha sido fantástico! Mi marido llegó a casa y me llevó a cenar, luego caminamos bajo las estrellas durante una hora de regreso a casa. Después de una hora de juego amoroso a la luz de las velas, tuvimos relaciones sexuales durante una hora y luego hablamos más de una hora!

Los dos maridos correspondientes comentan:
-¿Qué tal ayer?¡¡Cojonudo! Llegué a casa y la cena estaba en la mesa, cenamos, echamos un polvo y me dormí como una piedra! ¿Y tu?
-¡¡Un desastre!! Llegué a casa cansadisimo, no había luz, tuve que llevar a mi mujer a cenar afuera, la comida era una basura y carisima, tan cara que no tuve dinero para pagar el taxi de regreso.
Fuimos andando hasta casa, cuando llegamos, todavía no había electricidad y encendimos unas velas! Estaba tan estresado que necesité una hora para tener una erección y otra para alcanzar el orgasmo. Con todo eso me desvelé y tuve que soportar a mi mujer hablando durante otra hora...

Con cariño para todos los hombres con buen humor y para que os den cuenta, como dicen los mexicanos, que algunas mujeres son mansas pero no MENSAS! (tontas)

Una mujer y un hombre chocan de frente con sus coches. El golpe es muy grande, siniestro total, pero increíblemente ninguno de los dos sufre lesiones.
Después de salir de los vehículos, la mujer dice: “-¡Ay Dios!, mira nuestros coches!, no quedó nada de ellos y milagrosamente no tenemos ni un
rasguño; esta debe ser una señal de Dios de que nosotros debemos conocernos, ser amigos, y hacer el amor como desquiciados por el resto de nuestros días.-”
El hombre, viendo la belleza de la mujer, contesta: “-Oh si! Estoy completamente de acuerdo contigo, ésta es una señal de Dios.-”
La mujer continua: “-Mira, otro milagro, mi coche está completamente destruido, pero esta botella de vino no se quebró, seguro que Dios quiere que nos tomemos esta botella de vino y celebremos nuestra buena suerte.-”
Le da la botella al hombre, él acepta, la abre y se bebe la mitad, se la regresa, ella coge la botella e inmediatamente le pone el tapón y se la regresa al hombre. Él le pregunta: “-¿Qué, no vas a beber?”
La mujer responde: “-No, yo creo que mejor voy a esperar a la policía; tú ya traes aliento alcohólico.-”
Moraleja: las mujeres son y serán siempre más cabronas que guapas y los hombres son y serán siempre, además de cabrones, más calientes que inteligentes.

martes, 14 de diciembre de 2010

Cuentos clásicos y fetichismo

Hay quienes diréis que soy un poco retorcida y que busco el lado sexual a todas las cosas de la vida, un caso para que analice Freud, pues tenéis razón...
Si desmenuzamos determinados cuentos clásicos, veremos que no todo es tan inocente como parece...
Cenicienta
...El hada madrina tocó con la varita mágica las pobres ropas, y en ese mismo momento se transformaron en un traje de tejido de oro y plata y bordado de pedrería, también le dio un par de zapatitos de cristal, los más hermosos del mundo.
Le recomendó que no debía irse después de medianoche, advirtiéndole que de permanecer en el baile un momento más, su carroza se convertiría en calabaza, sus caballos en ratones, sus lacayos en lagartos y que sus ropas andrajosas recobrarían el aspecto habitual.
En la fiesta, bailó con el hijo del rey toda la noche, quien no cesó de dedicarle halagos, hasta tal punto que ella olvidó lo dicho por su hada madrina, aunque oyó sonar la primera campanada de medianoche y huyó con la ligereza de una cierva.
El príncipe la siguió, pero no la pudo alcanzar, ella en la precipitación de la huida, dejó caer uno de sus zapatitos de cristal, que el príncipe recogió con sumo cuidado, regresó a la fiesta y el resto del baile no hizo otra cosa que mirarlo con amor.
Cenicienta llegó a su casa sofocada, sin carroza, sin lacayos y en harapos, nada le quedaba de su esplendor, solo el otro zapato de cristal, pareja del que había dejado caer.
Pocos días después del baile, el hijo del rey hizo publicar a son de trompetas que sólo se casaría con aquella cuyo pie se ajustase al zapato de cristal, sin importar la condición social de la dama.
Sin embargo se comenzó por probarlo a las princesas, luego se siguió con las duquesas, y como a ninguna le encajaba, se continuó con todas las damas de la corte, casa por casa del reino.
La prueba llegó a la casa de las hermanastras, que hicieron todo lo posible para hacer entrar su pie dentro del zapatito, pero no pudieron lograrlo.
El lacayo del rey que efectuaba la prueba, descubriendo a Cenicienta fregando el suelo de la cocina y dado que él tenía la orden de probársela a todas las muchachas del reino, hizo sentar a Cenicienta y acercando el zapato a su pie se vio que entraba perfectamente y que le iba como un guante.
Yo me pregunto: ¿Cenicienta no podría haber perdido un guante, una horquilla del pelo, un botón de cristal del vestido? Aunque todo objeto pueda ser factible de convertir en fetiche, porqué justamente, el artículo por excelencia del fetichismo, o sea los pies y los zapatos, sirvieron de inspiración para el cuento. La única explicación que se me ocurre es que el autor era uno de los nuestros.

Por esa tradición en algunos países que dejan los zapatos o los calcetines junto a la chimenea, estoy preparando para vosotros un regalo de reyes, una galería de imágenes de pies y zapatos, a ver cual os entrego, se aceptan sugerencias...

lunes, 13 de diciembre de 2010

Mi Graduación (Parte II)

Durante casi seis meses, todas las noches acudía a clases con Tif, diminutivo que le gustaba a ella. Unas veces teóricas, otras prácticas. Pero ambas igual de placenteras. Fui aprendiendo a calentar a las mujeres con palabras. A mirarlas y que se estremecieran. Y que solo una caricia valiera para convencerlas de pasar una noche mágica.
Una noche ella me dijo: - Tu aprendizaje ha terminado. Buena suerte mi príncipe -. Lo cual a mi me sentó fatal. Yo la quería o eso creía. Pero ella me enseñó que era solo placer y cariño físico lo que pasaba por mi cabeza.
Me despedí de ella. Durante unos días no aparecí por el pub. Me quedé llorando, pensando e insultando no sé a quién o por qué. El caso es que un día me aparecí en su portal, ella salió de trabajar y llegó al portal.
-Qué haces aquí, príncipe? – me preguntó.
- Esta noche mando yo. No digas nada. Solo disfruta – le susurre al oído.
Ella comprendió que quería practicar todo lo que había aprendido, pero me dijo que esa noche tenía visita, que volviera al día siguiente. Yo asentí y me fui.
A las ocho de la mañana del día siguiente estaba tocando a su puerta. Había conseguido entrar a través de un vecino al portal. Abrió un hombre ya vestido. Le agarré por la camisa y le saqué del apartamento. – Vete, es mía, al menos hasta esta noche – le dije a ese tipo mientras cerraba la puerta.
Me volví y allí estaba ella. Desnuda, sugerente, atrevida, deseada y lo sabía.
Me quité la chaqueta y la ropa. Me quedé delante de ella, desnudo. Sabía que para satisfacerla, me tenía que desear. La miré con ojos de deseo pero sin moverme. Jugaba con la lengua entre mis labios. Quería calentarla. Ella se metió un dedo en la boca y empezó a chuparlo despacio. No pude aguantar. Me acerqué a ella. Y le toqué los senos. Ella fue a besarme, yo me aleje y di la vuelta alrededor suyo, acariciando su vagina suavemente.
Volvía estar frente a ella. Sople sus pezones despacio. Ella inclinó su cabeza mientras cerraba los ojos y susurraba: - Has aprendido bien... pasa el examen final... -. Esto provocó que la cogiera del pelo. Cuando abrió los ojos, acaricie mi cara con la suya dejando que mi aliento estremeciera su cara.
La cogí en brazos, fui a su habitación para dejarla despacio en el suelo. Empecé a darle pequeños besitos en su cuello mientras mis manos acariciaban sus hombros. Para luego besarla detrás de las orejas mientras mis manos se adueñaban de su cuello.
Era extraño, pero mi pene todavía no se erguía. Yo controlaba. Yo mandaba. De espaldas a ella, empecé a tocarle los senos. Notaba como sus pezones se iban endureciendo. Y su cuerpo se entregaba al placer. La mujer que antaño había ejercido a la perfección el papel de ama, ahora se entregaba sin preguntar. En parte, porque sabía qué le esperaba.
Una de mis manos se movía entre sus pechos y su cuello. La otra acariciaba con esmero entre su ombligo y su vagina. Fue la primera vez que se arqueó su espalda. Me sentía el dueño de ese cuerpo. Era el dueño de ese cuerpo. Era el que iba a dejarlo exhausto. Era un alumno en busca de la Matrícula de Honor.
Me quedé frente a ella. Mirándola. Sus ojos reflejaban el deseo. Los míos el poder. Seguí chupando, lamiendo y mordisqueando sus pezones, ya duros y erguidos. Poco a poco el placer también se apoderaba de mí. Chupaba sin descanso, mis manos recorrían su espalda, tomaba su culo en contadas ocasiones. Y acariciaba su pelo, su rostro, su cuello.
Noté que ya estaba húmeda. La tumbe en la cama despacio. Baje mi lengua por su pecho. Mis manos seguían acariciando sus senos. Ella erguía su espalda y yo jugaba con mi lengua en su ombligo. Separe sus piernas y allí estaba, el tesoro de toda mujer deseoso de ser encontrado. Lo acaricie. Comencé por la parte interior de sus muslos, tocándolos, acariciándolos, besándolos, lamiéndolos. Lamía su zona intima sin llegar a sus labios. Quería que deseara tenerme dentro… lo conseguiría.
Mis manos se adueñaron de su vagina. Mi aliento bailaba alrededor de su zona íntima. Mis dedos pulgares pasaban rozado una y otra vez cada uno de sus labios. Luego los dos labios a la vez mientras que yo respiraba encima de su vagina. Acariciando el final de cada muslo con mis dedos comencé a lamer muy suavemente la entrada a su tesoro, dejando que mi saliva se quedara allí o intentara entrar.
Me paré un momento para admirar su sexo, entre rosa y rojizo, ya abriéndose como rosa al tacto del agua. Poco a poco iba jugando con mis dedos, separando sus labios de vez en cuando, dando un par de breves y dulces lametones al interior de sus labios. Decidí que mi lengua ya debía entrar en el juego. Empecé a lamer suavemente el interior de sus labios mientras mis manos los habían separado.
Poco a poco iba saboreando los fluidos que salían de su cuerpo. Me excitaba más y más, pero debía controlarme. Debía hacer disfrutar al máximo a aquella mujer que tanto me había dado. Su vagina se estremecía y sus piernas se cerraban, pero yo seguía jugando con aquel tesoro incluso cuando sus muslos apretaban mi cara. Empecé a chuparlo mas rápidamente, quería ver su clítoris. Quería apoderarme de ese pequeño pendiente de toda mujer, esperando ser encontrado. Su espalda arqueada, mi pene creciendo por momentos y la pasión se respiraba en aquella habitación.
Por fin llegó el momento, el clítoris asomaba, mas rosita que otras veces, lo tomé con un dedo y lo froté lentamente. Aun escuché vagamente su gemido, fue un sabroso placer para mis sentidos, mis latidos se aceleraron, mi piel se estremeció y empecé a acariciarlo lentamente con mi lengua dentro de mi boca aun sin que tuviera ni tregua ni descanso. Ella no sabía como moverse, sus brazos imitaban movimientos de aves desconocidas, su cabeza giraba de lado a lado sin tregua a su cuello. Ambos sudábamos, ambos gemíamos, ambos nos movíamos, ambos disfrutábamos.
En un momento, en mi boca saboreaba una mezcla entre saliva y los fluidos de su vagina.
 por Xduel

viernes, 10 de diciembre de 2010

La atracción es fuerte

Las mujeres pensamos que somos irresistibles, pero se nos olvida que en la cabecita de los hombres, además de ese gran espacio reservado para el sexo, hay pequeñas áreas destinadas a la ejecución de otras tareas, como los deportes y los coches. Os adjunto un esquema por si teníais dudas.
Hoy viernes, un poquito de humor no viene mal, que disfrutéis del vídeo y que paséis un buen fin de semana.




Vídeo: La atracción es fuerte

jueves, 9 de diciembre de 2010

Relato "El Tatuador" y El fetichismo de los pies (II)

...
El deseo de Seikichi, durante tanto tiempo contenido, se convirtió en amor apasionado. Una mañana, ya muy entrada la primavera siguiente, se encontraba en el balcón, adornado por los bambúes floridos, de su casa de Fukagawa contemplando una maceta de lirios omoto, cuando oyó a alguien junto a la puerta de su jardín. Por la esquina del seto interior apareció una muchacha. Le llevaba un recado de una amiga suya, Gheisa del cercano barrio de Tatsumi.
- Mi ama me ha dicho que le entregue esta capa y dice que si tendría la amabilidad de decorar el forro - dijo la muchacha. Desató un paquete de ropa color azafrán y saco una capa de seda, de mujer (envuelta en un pliego de papel grueso en el que estaba impreso un retrato del actor Tojako), y una carta.
La carta repetía su amistosa petición y continuaba diciendo que su portadora empezaría pronto la carrera de gheisa bajo su protección. Esperaba que, sin echar en olvido los viejos vínculos, extendiese su protección a esta muchacha.
- Creo que es la primera vez que te veo - dijo Seikichi escrutándola con insistencia. Parecía no tener más de quince o dieciséis años, pero su rostro mostraba una belleza extrañamente madura, un aspecto de experiencia, como si ya hubiese pasado varios años en el alegre barrio y hubiese fascinado a incontables hombres. Su belleza reflejaba los sueños de generaciones de hombres y mujeres seductores que habían vivido y muerto en la vasta capital donde estaban concentrados los pecados y las riquezas de todo el país.
Seikichi le ofreció asiento en el balcón y estudió sus delicados pies, desnudos salvo unas elegantes sandalias de paja.
- Tu saliste del palanquín del Hirasei una noche de julio pasado, ¿no es cierto? - le preguntó.
- Supongo que sí - contestó ella, sonriendo ante la extraña pregunta -. Mi padre vivía todavía y me llevaba con frecuencia allí.
- Te he estado esperando durante cinco años. Es la primera vez que te veo la cara, pero recuerdo tu pie… Acércate un momento, tengo que enseñarte una cosa.
Ella se había puesto en pie para irse, pero la cogió de la mano y la condujo arriba, al estudio que daba a la orilla del río. Entonces sacó dos kakemonos y desenrolló uno ante ella.
Era una pintura de una princesa china, la favorita del cruel Emperador Chu de la dinastía Shang. Estaba apoyada en una balaustrada, en postura lánguida, la larga falda de su vestido de brocado floreado caía hasta la mitad de un tramo de escalones, su esbelto cuerpo soportaba con dificultad el peso de una corona de oro tachonado de coral y lapislázuli. Llevaba en la mano derecha una ancha copa de vino que inclinaba hacia los labios mientras contemplaba a un hombre que era conducido a la tortura en el jardín de abajo. Tenía las manos y los pies encadenados a un pilar hueco de cobre en cuyo interior iban a echar un fuego. La princesa y su víctima, la cabeza inclinada ante ella, los ojos cerrados, dispuestos a aceptar su destino, estaban representados con terrorífica verosimilitud.
Mientras la muchacha contemplaba la extraña pintura, sus labios temblaron y los ojos empezaron a chispearle. Poco a poco su faz fue adquiriendo una curiosa semejanza con la de la princesa. En la pintura, descubrió su yo secreto.
- Tus propios sentimiento están revelados aquí - le dijo Seikichi, complacido, mientras la miraba al rostro.
- ¿Por qué me muestras una cosa tan horrible? - preguntó la muchacha, mirándole. Se había puesto pálida.
- La mujer eres tú. Su sangre corre por tus venas. Después, extendió el otro kakemono.
Era éste una pintura titulada “Las Víctimas”. En medio de ella, una joven estaba en pie apoyada al tronco de un cerezo: gozaba contemplando un montón de cadáveres de hombres que yacían a sus pies. Unos pajarillos trinaban sobre ella, cantando triunfalmente; sus ojos irradiaban orgullo y gozo. ¿Era un campo de batalla o un jardín de primavera? En este cuadro, la muchacha sintió haber encontrado algo escondido durante mucho tiempo en las tinieblas de su propio corazón.
- Esta pintura muestra tu futuro - dijo Seikichi, apuntando a la mujer que había bajo el cerezo: la propia imagen de la muchacha -. Todos estos hombres arruinarán sus vidas por ti.
- Por favor, ¡te suplico que te lleves esto! - Se volvió de espaldas como para escapar a su tantálico hechizo y, temblando, se postró ante él. Finalmente, continuó diciendo: - Sí, admito que no te equivocas conmigo: yo soy como esa mujer… Así que, llévate eso, por favor.
- No hables como una cobarde - le dijo Seikichi, con sonrisa maliciosa -. Míralo más cerca. No durarán mucho tus escrúpulos.
Pero la muchacha se negaba a levantar la cabeza. Todavía postrada, con el rostro entre las mangas, repetía una y otra vez que estaba asustada y quería marcharse.
- No, tienes que quedarte: quiero convertirte en una verdadera belleza - le dijo, acercándose a ella. Llevaba bajo el kimono un frasquito de anestésico que había conseguido algún tiempo antes de un médico holandés.

El sol de la mañana brillaba sobre el río, enjoyando el estudio de ocho alfombras con su ardiente luz. Los rayos reflejados por el agua dibujaban temblorosas olas doradas sobre las mamparas corredizas de papel y sobre el rostro de la muchacha, que estaba profundamente dormida. Seikichi había cerrado las puertas y sacado sus instrumentos de tatuaje, pero durante un rato se limitó a sentarse, arrobado, saboreando hasta la saciedad su misteriosa belleza. Pensaba que jamás se cansaría de contemplar su sereno rostro semejante a una máscara. Precisamente como los antiguos egipcios habían embellecido sus magníficos campos con pirámides y esfinges, iba él a embellecer la impoluta piel de la muchacha.
En este momento, levantó el pincel que apretaba entre el pulgar y los dos dedos siguientes de la mano izquierda, aplicó su extremo en la espalda de la muchacha y, con la aguja que llevaba en la mano derecha, empezó a grabar un dibujo. Sintió que su propio espíritu se disolvía en la tinta negra de polvo de carbón con que le manchaba la piel. Cada gota de cinabrio Ryukyu con que iba mezclando el alcohol y atravesándola era una gota de su propia sangre. Veía en sus pigmentos los matices de sus propias pasiones.
Pronto llegó la tarde y, luego, el tranquilo día primaveral avanzó hacia su fin. Pero Seikichi no se detuvo en su trabajo, ni se interrumpió el sueño de la muchacha. Cuando un criado llegó de casa de la gheisa preguntando por ella, Seikichi lo despachó diciéndole que hacía tiempo que se había ido. Y horas más tarde, cuando la luna colgaba sobre la mansión del otro lado del río, bañando las casas de la orilla en una luz de ensueño, el tatuaje no estaba ni a medio hacer. Seikichi trabajaba a la luz de una vela.
Ni siquiera introducir una gota de colorante era un trabajo fácil. A cada pinchazo de la aguja, Seikichi daba un profundo suspiro y sentía como si se hubiese atravesado su propio corazón. Poco a poco, las marcas del tatuaje empezaron a adquirir la forma de una gigantesca araña hembra; y cuando el cielo nocturno empalidecía con la luz del alba, esta horripilante y malévola criatura había estirado sus ocho patas para abrazar por completo la espalda de la muchacha.
A plena luz del alba primaveral, las barcas habían empezado a bogar por el río, de arriba abajo, con los remos restallando en la quieta mañana; los tejados brillaban al sol y la neblina comenzaba a adelgazar sobre las blancas velas que se hinchaban con la brisa mañanera. Por fin, Seikichi dejó el pincel y contempló la araña tatuada. Esta obra de arte había sido el supremo esfuerzo de su vida. Ahora, cuando la hubo acabado, su corazón estaba atravesado de emoción.
Las dos figuras permanecieron quietas durante algún tiempo. Luego, las paredes de la habitación devolvieron el eco tembloroso de la voz baja y bronca de Seikichi:
- Para hacerte verdaderamente hermosa he vertido mi espíritu en este tatuaje. No existe hoy una mujer en el Japón que se pueda compara contigo. Tus viejos temores han desaparecido. Todos los hombres serán tus víctimas.
Como respuesta a estas palabras, un débil gemido escapó de los labios de la muchacha. Lentamente, empezó a recobrar los sentidos. A cada estremecida inspiración, las patas de la araña se agitaban como si estuviera viva.
- Tienes que sufrir. La araña te tiene entre sus garras.
Como respuesta, abrió ella los ojos levemente, con una mirada vacía.. La mirada se le fue avivando progresivamente, como la luna va encendiéndose por la tarde, hasta lucir esplendorosamente en su faz.
- Déjame ver el tatuaje - dijo, hablando como en sueños, pero con un dejo de autoridad en la voz -. Al darme tu espíritu, has tenido que hacerme muy bella.
- Antes tienes que bañarte para que aparezcan los colores - susurró Seikichi compasivamente -. Me temo que va a dolerte, pero se valiente otro poco.
- Puedo soportar cualquier cosa por la belleza.
A pesar del dolor que le recorría el cuerpo, sonrió.
- ¡Cómo pica el agua!… Déjame sola ¡espera en la otra habitación! No me gusta que un hombre me vea sufrir así.
Al salir de la tina, demasiado débil para poder secarse, la muchacha echó a un lado la compasiva mano que Seikichi le ofrecía y se dejo caer al suelo en una agonía, quejándose como presa de una pesadilla. El despeinado cabello le colgaba sobre el rostro en salvaje maraña. Las blancas plantas de sus pies se reflejaban en el espejo que había detrás de ella.
Seikichi estaba asombrado del cambio que había sobrevenido a la tímida y sumisa muchacha del día anterior, pero hizo lo que le había dicho y se fue a esperar en el estudio. Alrededor de una hora después volvió, cuidadosamente vestida, con el empapado y alisado cabello cayéndole por los hombros. Apoyándose en la barandilla del balcón, miró al cielo levemente brumoso. Le brillaban los ojos; no había en ellos ni una huella de dolor.
- Me gustaría ofrecerte también estas pinturas - dijo Seikichi, colocando ante ella los kakemonos -. Cógelas y vete.
- ¡Todos mis antiguos temores se han desvanecido y tú eres mi primera víctima! - Le lanzó una mirada tan brillante como una espada. Una canción de triunfo sonaba en sus oídos.
- Déjame ver de nuevo tu tatuaje - suplicó Seikichi.
Silenciosamente, la muchacha asintió y dejó resbalar el kimono de sus hombros. Precisamente entonces su espalda, esplendorosamente tatuada, recibió un rayo de sol y la araña se coronó en llamas.
Jun'ichirö Tanizaki


lunes, 6 de diciembre de 2010

6 de Diciembre. Día de la Constitución

Concentración por los derechos de las familias LGTB ante el Monumento a la Constitución.
La Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, FELGTB, hace un llamamiento a toda la ciudadanía para defender la dignidad y la igualdad del colectivo y reivindicar el derecho al matrimonio, con independencia de la orientación sexual.




sábado, 4 de diciembre de 2010

Erotismo Steampunk

Steam, en inglés, quiere decir vapor.
Cuando se habla de punk, se hace referencia a las expresiones artísticas, literarias e ideológicas, musicales y filosóficas nacidas a mediados de los ´70.
Sin embargo, el Steampunk es muy anterior a la música punk, en su inicio no se lo conocía con ese nombre, se lo consideraba ciencia ficción y su origen se puede rastrear a mediados del siglo XIX, en las novelas de Julio Verne y otros autores, que no tenían cómo saber que el futuro sería tan diferente.
Inglaterra, en plena Era Victoriana (1837 a 1901) era una potencia industrial, en la que el poder lo sustentaba quienes controlaban el vapor y el carbón. Las vías del ferrocarril se habían extendido por todo el mundo, haciéndolo mas pequeño.
También fue una época en la que los grandes inventos, como la fotografía, o la luz eléctrica que comenzaba a introducirse en los hogares. La ciencia, comienza a dar sus primeros pasos, un momento revelador para la humanidad, que llenó de esperanzas futuras a la sociedad, dotándola de mayor creatividad e imaginación, donde muchos se atrevían a soñar con Viajes a la Luna, al Centro de la Tierra o al Fondo del Mar.
El movimiento Steampunk plantea un mundo muy avanzado científicamente, en el que la humanidad tomó un camino científico diferente, jamás descubrió la electrónica y a día de hoy todavía continúa utilizando maquinaria de vapor y artilugios basados en piñones y poleas. En vez de transistores y combustibles nucleares, se continuó el camino de la tecnología a vapor y el combustible de carbón.
El Steampunk es una corriente dentro del género fantástico cuya principal característica es la ambientación del siglo XIX, combinando tecnología anacrónica, muy avanzada para la época pero basada en técnicas relativamente primitivas.
El Steampunk ha calado en el subconsciente de nuestra generación, a pesar de que somos seres de la era digital y de la información, nos provoca un cierto romanticismo las estéticas recargadas y el estilo de maquinarias primitivas y pesadas, como un sentimiento de evocación, de lo que podría haber sido.
Como dice Joaquín Sabina, en su canción “Con la frente marchita”: “...no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió...”
Puede ser que esa atracción devenga del rechazo ante las estéticas actuales, frías e impersonales, de la producción en masa y también como una forma de reivindicar la fabricación de productos hechos a mano, por verdaderos artesanos y mecánicos.
Desde una simple cafetera hasta el mas sofisticado ordenador, necesita de un microprocesador para funcionar, y hasta el mejor amigo de algunas mujeres (llámese vibrador, consolador, etc.) presenta alguno que otro componente electrónico para funcionar, y todos los objetos, cuando dejan de hacerlo, se descartan y sustituyen por otros.
Todo es digital, virtual, y por lo tanto efímero.
Un instrumento Steampunk puede ser reparado por cualquier mecánico competente, será mas robusto, casi irrompible y no se volverá obsoleto, además de contar con el plus que es una obra de arte en sí misma.
Quizá para los hombres eso de engrasarse y escuchar un motor tronar mientras lo ajustan, es algo que añoran y quieren que forme nuevamente parte de nuestras vidas: ajustar tuercas y enorgullecerse de artilugios mecánicos fabricados con sus propias manos.
Tal vez las mujeres añoren simplemente que las cosas funcionen.

jueves, 2 de diciembre de 2010

El erotismo de la Danza del Vientre (II parte)

Como toda danza ritual, la “Danza del Vientre” representa algunos animales y los cuatro elementos de la naturaleza: la serpiente, animal sagrado en el Antiguo Egipto, el camello, el halcón y el chacal. La tierra se refleja en el contacto de los pies descalzos, el fuego en la vibración de las caderas, el agua en el pecho y el aire en los movimientos de brazos y manos.
Todos los movimientos se relacionan con la naturaleza, por ejemplo, las plantas de los pies se apoyan desnudos sobre el suelo, lo cual simboliza la unión con tierra y cuando la bailarina extiende sus brazos simboliza a las aves.
El nombre “Danza del Vientre” se empezó a utilizar en el siglo XIX por los europeos que viajaron a los países exóticos en busca de nuevas culturas y dieron ese término a la danza por los sorprendentes movimientos de vientre y cadera que no existían en las danzas europeas.
La “Danza del Vientre” fue desarrollada para el cuerpo de la mujer, con muchas técnicas para el trabajo de los músculos abdominales. Es fácilmente reconocible, por la sensualidad de su ejecución.
Se caracteriza por sus movimientos suaves y fluidos, disociando y coordinando a la vez las diferentes partes del cuerpo. Los brazos pueden ir a un ritmo diferente del que realiza la cadera.
La atención se centra principalmente en la cadera y el vientre, alternando movimientos rápidos y lentos, enfatizando el trabajo de los abdominales, con movimientos de pecho y hombros, así como con brazos serpenteantes.
Los movimientos ondulatorios, rotativos, que por lo general son lentos, simbolizan la tristeza; en cambio los rápidos, golpes y vibraciones expresan alegría.
En una época en que no existían los perfumes y se utilizaban aceites aromáticos, las bailarinas se untaban las muñecas, para que al bailar y mover sus manos se perfumaran ellas mismas y a su público.
El atuendo adecuado para este baile consiste en un top ajustado, o un sujetador adornado con cuentas, monedas o pedrería, un cinturón ajustado a la cadera, también con monedas o cuentas y pantalones o faldas amplias, con aberturas que permitan la libertad de movimiento y mostrar la sensualidad de unas piernas firmes. Hay faldas sencillas con solo una capa de gasa u otra tela traslúcida, con una o dos aberturas, hasta las faldas más trabajadas de terciopelo con lentejuelas. .
Se ha extendido el uso de otros elementos, como el velo, para enmarcar los movimientos. Las bailarinas egipcias normalmente lo utilizan al comienzo del baile, mientras que en Occidente puede usarse durante toda la representación.
Esta danza, también llamada Danza Oriental, Belly Dance, Raks Sharqui… es mucho más que esto. Constituye toda una gama de movimientos que forman una disciplina con identidad propia, que aporta infinitas posibilidades a la hora de trabajar el cuerpo para conseguir una hermosa, sensual y saludable apariencia física. Por su larga historia viene además cargada de múltiples simbolismos de tipo cultural, lo que la rodea de un halo de misterio y fascinación mágica.
Aunque lo habitual es hablar de “Danza Oriental”, es mas conveniente especificar “Danza del Vientre” en lugar de llamarla “árabe” u “oriental”, ya que en el vientre figura el centro físico y espiritual de las personas, además por el hecho que el término “árabe” es incorrecto, intervienen elementos que provienen de culturas anteriores como la faraónica, la fenicia, la turca, o la beréber. Tampoco deberíamos llamarla “oriental”, ya que dentro de las este grupo se incluye la danza india, china o japonesa.
Es una danza que se encuentra a medio camino entre el folclore y la creación individual, porque a pesar de que hay una estructura básica definida, hay un componente clave de improvisación, fomentando la creatividad de las bailarinas. Habitualmente es ejecutada por una sola bailarina, aunque pueden verse espectáculos con coreografía y varias bailarinas.




La “Danza del Vientre” es una clara y positiva manifestación de la belleza, la fuerza y la elegancia de la feminidad. Es un arte que pone de relieve las capacidades plásticas, que reconcilia a la mujer con todo su cuerpo, empezando por la pelvis y continuando por el vientre, el pecho y los tobillos.
Es muy beneficiosa para la mente y el cuerpo, ya que fomenta la autoestima al mejorar el grado de bienestar, nos vemos mejor y nos sentimos mejor al fortalecer y moldear piernas, brazos y abdomen. Se ejercita tanto la coordinación como la disociación, haciendo trabajar músculos que no sabíamos que teníamos, y partes de nuestros hemisferios cerebrales que estaban durmiendo en la ignorancia.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

Relato "El Tatuador" y El fetichismo de los pies

Como muchos sabréis, o podríais intuir, los pies son una parte del cuerpo que me parecen exquisitos, provocativos y eróticos, hasta el punto de llegar a ser un poco fetichista con el tema. Siempre busco material, e incluso sin pedirlo, me llegan relatos del mismo.
Me gustaría compartir con vosotros un escrito bastante antiguo, “Shisei” (El tatuador - 1910), de Jun'ichirö Tanizaki (1886-1965), novelista, autor dramático y ensayista japonés, donde relata la búsqueda de la perfección de un artista que es seducido con la contemplación de un pie femenino.

Era aquella una época en la que los hombres rendían culto a la noble virtud de la frivolidad, en la que la vida no era la áspera lucha que es hoy. Eran tiempos de ocio, tiempos en que los ingeniosos profesionales podían ganarse la vida sobradamente si conservaban radiante el buen humor de los caballeros ricos o bien nacidos y si cuidaban de que la risa de las damas de la Corte y de las gheisas no se extinguiese nunca. En las novelas románticas, ilustradas, de la época, en el teatro Kabuki, donde los rudo héroes masculinos como Sadakuro y Jiraiya eran transformados en mujeres, en todas partes, la hermosura y la fuerza eran una sola cosa. Las gentes hacían cuanto podían por embellecerse y algunos llegaban a inyectarse pigmentos en su preciosa piel. En el cuerpo de los hombres bailaban alegres dibujos de líneas y colores.
Los visitantes de los barrios de placer de Edo preferían alquilar portadores de palanquín que estuviesen tatuados espléndidamente. Entre los que se adornaban de este modo no sólo se contaban jugadores, bomberos y gente semejante sino miembros de la clase mercantil y hasta samurais. De vez en cuando se celebraban exposiciones y los participantes se desnudaban para mostrar sus afiligranados cuerpos, se los palmoteaban orgullosamente, presumían de la novedad de sus dibujos y criticaban los méritos de los ajenos.
Hubo un joven tatuador excepcionalmente hábil llamado Seikichi. En todas partes se le elogiaba como a un maestro de la talla de Caribun o Yatsuhei y docenas de hombre le habían ofrecido su piel como seda para sus pinceles. Gran parte de las obras que se admiraban en las exposiciones de tatuajes eran suyas. Había quienes podían destacarse más en el sombreado o en el uso de cinabrio, pero Seikichi era famoso por el vigor sin igual y el encanto sensual de su arte.
Seikichi se había ganado anteriormente el pan como pintor ukiyoke de las escuela de Tokoyuni y Kunisada y, a pesar de haber descendido a la condición de tatuador, su pasado era visible en su consciencia artística y su sensibilidad. Nadie cuya piel o cuyo aspecto físico no fuese de su agrado lograba comprar sus servicios. Los clientes que aceptaban tenían que dejar coste y diseño enteramente a su discreción y habían de sufrir durante un mes o incluso dos, el dolor atroz de sus agujas.
En lo profundo de su corazón, el joven tatuador ocultaba un placer y un secreto deseo. Su placer residía en la agonía que sentían los hombres al irles introduciendo las agujas, torturando sus carnes hinchadas, rojas de sangre: y cuanto más alto se quejaban más agudo era el extraño deleite de Seikichi. El sombreado y el abermejado, que se dice que son particularmente dolorosos, eran las técnicas con las que más disfrutaba.
Cuando un hombre había sido punzado quinientas o seiscientas veces, en el transcurso de un tratamiento diario normal, y había sido sumergido en un baño caliente para hacer brotar los colores, se desplomaba medio muerto a los pies de Seikichi. Pero Seikichi bajaba su mirada hacia él, fríamente. “Parece que duele”, observaba con aire satisfecho.
Siempre que un individuo flojo aullaba de dolor o apretaba los dientes o torcía la boca como si estuviese muriéndose, Seikichi le decía: “No sea usted niño. Conténgase usted: ¡no ha hecho más que empezar a sentir mis agujas!” Y continuaba tatuándole, tan imperturbable como siempre, mirando de vez en cuando, de reojo, el rostro bañado en lágrimas del cliente.
Pero a veces, una persona de excepcional fortaleza encajaba las mandíbulas y aguantaba estoicamente sin permitirse ni un gesto. Entonces, Seikichi se sonreía y decía: “¡Ah, es usted hombre porfiado! Pero espérese. Pronto le empezará a temblar el cuerpo de dolor. Dudo que sea capaz de soportarlo…”
Durante mucho tiempo, Seikichi acarició el deseo de crear una obra maestra en la piel de una mujer hermosa. Semejante mujer habría de reunir tantas perfecciones de carácter como físicas. Un rostro encantador y un hermoso cuerpo no le habrían satisfecho. Aunque inspeccionaba cuantas bellezas reinaban en los alegres barrios de Edo, no encontró ninguna que satisficiese sus exigentes pretensiones. Transcurrieron varios años sin encontrarla y el rostro y la figura de la mujer perfecta continuaban obsesionándole. Pero no quiso perder la esperanza.
Una tarde de verano, durante el cuarto año de búsqueda, sucedió que Seikichi, al pasar por el restaurante Hirasei, en el distrito Fukagawa de Edo, no lejos de su casa, vio un pie desnudo de mujer, blanco como la leche, asomando por entre las cortinas de un palanquín que estaba partiendo. Para su experta mirada, un pie humano era tan expresivo como un rostro. Aquél era el colmo de la perfección.
Dedos exquisitamente cincelados, uñas como las iridiscentes conchas del acantilado de Enoshima, bañada en las límpidas aguas de un manantial de montaña: se trataba, en fin, de un pie digno de ser nutrido por la sangre de los hombres, de un pie hecho para pisotear sus cuerpos. Seguramente, aquél era el pie de la única mujer que durante tanto tiempo, se le había ocultado. Ansioso por vislumbrar su cara, Seikichi empezó a seguir al palanquín. Pero, tras perseguirlo por callejuelas y avenidas, lo perdió por completo de vista.

Continuará...