De sexo se habla y se escribe mucho, mas de lo que se practica.
Esto no es una guía para practicar mas, pero puede ser que mis experiencias
te hagan sonreír, sonrojar o te ayuden a conocer mas sobre el tema, buscarle
nuevos puntos de vista, o aprender juntos sobre sexo, erotismo y placer.

lunes, 12 de julio de 2010

Sexo en el Caribe (Parte I)



Temprano por la mañana llegué al aeropuerto de Cartagena de Indias, Colombia, para coger un vuelo hacia San Andrés Isla. A medio día, seguíamos esperando para embarcar, cuándo no.
La aerolínea se disculpó por tercera vez y ofreció a los pasajeros un vale para el almuerzo, que todos aceptamos, muchos por pura costumbre ya que eran isleños y conocían el guion.
Hamburguesa, patatas fritas y refresco. Cogí mi bandeja y me ubiqué en un lugar apartado.
Mi actitud no impidió que un chico se acercara y me preguntara si podía compartir mesa, a pesar de la cantidad de sitios libres. Sin posibilidad de negarme, asentí, se sentó y comenzó a interrogarme.
Obviamente que era una turista solitaria, mi aspecto me delataba como gringa. No hablé mucho, pero él lo hizo por los dos.
Me contó que viajaba semanalmente al continente por negocios, no quise averiguar la naturaleza de los mismos, ya que la isla es Puerto Libre, abierta a toda índole de actividades.
Me preguntó en qué hotel me alojaría y se ofreció a mostrarme la isla, comenzando esa misma noche para ir de rumba. Nuevamente no pude decir que no.
Una hora mas tarde informaron por megafonía que estaban resueltos los problemas técnicos y nos disponíamos a partir. No lo vi durante el vuelo ni al desembarcar.
Abriéndome paso entre montañas de cajas y bultos mas propios de una terminal de autobuses colombiana que de una terminal aérea, salí al exterior y pillé un taxi bastante desvencijado. Me fui al hotel, abrí la maleta, me puse el bañador y corrí a la playa.
Desde el aire ya me había enamorado de la isla. Todas las fotografías que se puedan quitar, jamás podrán hacer justicia a esa belleza de mar. Nunca había visto tantas tonalidades que pasan del verde más oscuro al azul más claro en tan poca superficie. Solo en el Caribe, tenía que sentirlo en mi piel.
Horas mas tarde, agotada, regresé a mi habitación a por una ducha refrescante y a por un poco de aire deliciosa y artificialmente enfriado, aunque intuí que esa semana nada lograría calmar ese calor agobiante y no me refería solamente al clima tropical.
Enrique me recogió al atardecer, hora que comienza la fiesta, aunque allí todo el día y todos los días son fiesta. En el aeropuerto me había parecido guapo, pero al verlo en el vestíbulo del hotel supe que estaba perdida. Ese negro sonriendo hizo que el estómago me diera un vuelco como a una colegiala.
Impecablemente vestido, con una impoluta camiseta blanca sin mangas, luciendo músculo, oliendo a perfume para matar, era el morbo personalizado, estaba bueno, lo sabía y sabía cómo explotarlo.
Me cogió de la mano y nos metimos en el primer sitio con música que encontramos, a pocos metros del hotel, me arrastró a la pista y a bailar pegaditos, pero que muy pegaditos, porque así se baila, aunque cuando termina la canción, las parejas se separan pudorosamente y cada cual por su lado. Esto me llamó mucho la atención, ya que durante el baile el contacto físico es tan intenso, tan erótico, que la brusquedad del final hace que por contraste todo parezca mas sexual y prohibido, como si en el último minuto se dieran cuenta que tanta fricción sabe a pecado.

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