De sexo se habla y se escribe mucho, mas de lo que se practica.
Esto no es una guía para practicar mas, pero puede ser que mis experiencias
te hagan sonreír, sonrojar o te ayuden a conocer mas sobre el tema, buscarle
nuevos puntos de vista, o aprender juntos sobre sexo, erotismo y placer.

lunes, 10 de enero de 2011

Una mujer de ensueño

escrito por HOMBREconAGUANTE
Era un día anodino más para Juan en una cafetería más. Estaba repasando, una vez más, las tareas que le quedaban por delante cuando un extraño instinto activó su sistema de alarma. Se sentía observado y, tras echar un par de vistazos al local, los descubrió: un par de ojos verdes tenían sus pupilas fijadas en él. Desconcertado, parpadeó y apartó la mirada. Segundos después volvió a mirar de reojo aquel verdor exótico y enseguida bajó la vista al comprobar que continuaban escrutándole con descaro. Esos ojos cargados de enigmas tenían algo que le intimidaba y, a la vez, algo profundamente magnético.
Un par de minutos más tarde, Juan alzó la mirada y respiró aliviado cuando los selváticos ojos no estaban a su acecho sino dirigidos hacia la mujer con la que compartían mesa y conversación; una mujer con cierto atractivo, pero que en aquel momento no le interesaba en absoluto. Sólo entonces se paró a precisar los contornos y formas que los rodeaban: se trataba de una mujer de unos treinta años con larga y ondulada melena de ébano; con una piel tostada y unos labios apetecibles; sus facciones eran suaves; sus pechos, generosos, no eran, sin embargo, excesivamente grandes; y la parte de sus piernas que pudo observar al no estar cubiertas a su mirada por la mesa también destilaban belleza.
Sentía el deseo, incluso la necesidad, de ser nuevamente capturado por ellos; lo más parecido a un síndrome de abstinencia, extraordinario por sobrevenirle tan súbitamente. Pero ella parecía no escuchar sus plegarias internas por mucho que ganaran en fervor a cada segundo. Por fin, la mujer giró su cuello hacia él y esos ojos felinos, esa ventana abierta a un mundo desconocido, hicieron presa en los suyos. Esta vez Juan no apartó la vista pese a un par de parpadeos y unos gestos dubitativos.
La incómoda tensión que sufría se alivió casi por completo cuando ella sonrió y Juan descubrió que ya eran dos los rasgos de esa mujer que le cautivaban. Al irse acentuando su sonrisa, Juan, preguntándose el porqué de la misma volvió en sí unos segundos para darse cuenta de que, casi con toda seguridad, su cara debía de parecer la de un enajenado o, cuanto menos, la de un embobado, por lo que decidió mostrar la sonrisa más natural que pudo, pensando, no obstante, que quizá resultó peor el remedio que la enfermedad. Cuando la mujer de los ojos gatunos bajó su mirada con una risa más evidente, Juan confirmó que así era y ante lo ridículo de la situación no pudo más que aceptarlo y sonreír derrotado, pero esta vez con sinceridad.
La morena se levantó de su asiento y tras dar un par de besos de despedida a su amiga caminó con hipnótica cadencia hacia él, que se encontraba en dirección a la salida. Acelerado su pulso, esperó que ella le dirigiera alguna palabra aun sabiendo que, de no ser así, y si él no tomaba la iniciativa, podría perderla para siempre. Pero Juan estaba atenazado -quizá por los nervios, quizá embrujado por aquellos andares de felina divinidad- y no pudo articular palabra. Cuando llegando a su altura pasó de largo, suspiró resignado consciente de que un simple "hola" quizá habría bastado. Justo cuando sus ojos empezaban a ponerse llorosos, notó manar cristalina, a escasos centímetros de su oreja una voz femenina, suave y segura diciendo: -"Te espero fuera".
Podría jurar que ni un solo pelo del cuerpo de Juan permaneció sin erizar. Eran por entonces tres los rasgos a adorar de aquella desconocida. Se mantuvo unos minutos sentado, pensando cómo reaccionar, qué decirle cuando la tuviera delante en la calle, hasta que se dio cuenta de que lo único que tenía que hacer era levantarse y salir por la puerta; y, recordando que pudo haberla perdido tan sólo unos momentos antes por no soltar un sencillo "hola", soltó a media voz un "imbécil".
Al levantar su mirada comprobó que dos clientes de la cafetería se le habían quedado mirando ante tan certero análisis de sí mismo y supo de inmediato que, definitivamente, era el momento de marcharse. Por ello enfiló a la salida y ya se prestaba a abrir la puerta mientras observaba a su objeto del deseo a través del cristal de la misma cuando recordó que se marchaba sin pagar la cuenta. Suspirando profundamente y buscando sin éxito en su memoria un día en el que hubiera estado tan confuso se giró hacia el camarero, quien segundos antes y por marcharse sin pagar había empezado a mirarlo con notorio enfado. Queriendo acabar pronto con tanto despropósito y pagando con un billete de 10€ una consumición de 3'70€ dijo: - "Quédese con el cambio".
Acto seguido se dirigió decidido y rápido a la salida. Tras cruzar la puerta y encontrarse frente a la mujer ralentizó sus movimientos y entreabrió la boca para decir algo, pero ella, sonriendo divertida le espetó: -"Te marchabas sin pagar, ¿verdad?"
-"Sí", respondió tímidamente.
La mujer soltó una sonora y contagiosa carcajada que animó a Juan a reír mientras se rascaba la coronilla.
Ella le cogió de la mano y diciendo: "vamos", empezó la marcha. Abrumado ante tanta seguridad Juan preguntó sorprendido: -"¿A dónde?"
-"A mi piso".
-"¿Por qué?", volvió a preguntar con un asombro que no paraba de crecer.
-"¿Por qué no?", dijo ella. Y Juan pensó que pocas veces un argumento aparentemente tan vacío le resultó más profundo y , sobre todo, más convincente.
Mientras avanzaban, él se animó a volver a preguntar: -"Pero, ¿por qué haces esto?"
-"Vamos a ver, te imaginas lo que vamos a hacer en mi piso, ¿no?"
-"Sí", contestó titubeante tras pensarlo un par de segundos.
-"¿Te gusto?", inquirió ella. Juan respondió con un "sí" mucho más seguro en esta ocasión.
-"¿Y quieres acostarte conmigo?" insistió ella. El pobre hombre dudó nuevamente, sin saber bien por qué, pero respondió de nuevo afirmativamente.
-"Bueno -dijo ella- pues tú también me pareces mono y quiero montármelo contigo. ¿Qué problema hay?"
Juan estaba impresionado por tan aplastante lógica, inalcanzable, a su juicio, para los más afamados pensadores.
Algunos minutos y varias calles después llegaron al piso. Una vez en el dormitorio, cubierto por pósters variopintos, ella, con su habitual confianza dijo: -"Voy a aligerar tu carga", y comenzó a desvestirlo.
Ya en calzoncillos, la mujer paró unos segundos, y, mirándolos soltó un: -"Veamos qué escondes". Al bajarlos, el miembro erecto de Juan hizo su bamboleante aparición.
-"No está mal", aseguró ella, lo que supuso un inevitable y reparador alivio para él.
Entonces la mujer comenzó a desnudarse ante un inmóvil Juan. Poco a poco, la luz de la habitación iba bañando y coloreando más partes de su cuerpo bronceado. Cuanto más al desnudo iba quedando más se aceleraba el pulso de Juan, al confirmar que sus senos; sus nalgas y muslos; su vientre y espalda; en definitiva, su cuerpo entero, era digno de la pasarela más selecta.
Al terminar, ella se acercó a Juan, y, al llegar a su altura buscó sus labios con los propios en un beso de intensidad creciente mientras se fundían en un abrazo. El pene enhiesto de él se apretaba contra el pubis sin vello de ella. Las bocas se abrían y cerraban acompasadas y la lengua de un cada vez más desinhibido Juan buscaba entrar furtivamente en la boca contraria casi con tanta dedicación como la que mostraba la lengua de la morena de ojos indescifrables al buscar el interior de la boca de Juan. En ocasiones, las dos lenguas se encontraban a medio camino de esas idas y venidas, de esas entradas y salidas, e iniciaban una danza tribal, envolvente y húmeda.
continuará...
escrito por HOMBREconAGUANTE, gracias y esperamos el desenlace del relato!

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