De sexo se habla y se escribe mucho, mas de lo que se practica.
Esto no es una guía para practicar mas, pero puede ser que mis experiencias
te hagan sonreír, sonrojar o te ayuden a conocer mas sobre el tema, buscarle
nuevos puntos de vista, o aprender juntos sobre sexo, erotismo y placer.

martes, 27 de julio de 2010

Sexo en el Caribe (Parte III)


Les hago una nueva entrega de mi relato, los comentarios por vuestra parte hasta el momento han sido muy buenos, simplemente espero que lo disfruteis!!

Sexo en el Caribe (Parte III)
Dormí semidesnuda, boca abajo, con las sábanas apenas cubriendo mis piernas y mi culo respingón, con las cortinas un poco abiertas y agradecida del aire acondicionado. Al amanecer me desperté paulatinamente, resacosa, pero contemplando las que hasta el momento creía, eran las mejores vistas del mundo.
Dentro de los beneficios de ser huésped de un buen hotel está el desayuno. Me duché y bajé para saborearlo largamente. Me harté de frutas, zumos y bollería dulce como solo los colombianos saben hacer, además del café, pero ahora estaba en otra zona del país, las aventuras sexuales en los cafetales son otra historia.
Era tiempo de disfrutar del sol, pero debía defender mis curvas de su poder destructor y subí a mi habitación. Extendiendo crema protectora por cada centímetro de mi blanco cuerpo, habituado a la luz artificial y a jornadas interminables en la oficina, pensé en la noche anterior, en los riesgos innecesarios que corrí. Me puse el bañador y bajé con la intención de pasar página, tenía una semana por delante para vivir en el paraíso.
Al llegar a la arena y extender la toalla, comprendí que no me iba a ser tan fácil relajarme. Una gringa sola en la playa es un plato apetitoso para vendedores varios y para las negras que te peinan un montón de trenzas pequeñitas al estilo africano, las típicas que se hacen desde la raíz del cabello y que rematan con cuentas de colores.
La quinta vez que se me acercó alguien, levanté la mirada con un poco de fastidio, pero para mi sorpresa me encontré con la cara de mi pedazo de negro cachondo, en todo su esplendor y con un bañador minúsculo, develando en descanso lo que había palpado en su máxima excitación y no pude menos que exclamar para mis adentros un jo-der.
Confesó que me observaba desde hacía rato, pero que no se atrevía a acercarse. Reconoció que la pasada noche las cosas se salieron de cauce demasiado rápido y se disculpó. No podía ver sus ojos, se escondía detrás de unas gafas muy oscuras y caras. No sabía que decir, no nos conocíamos, tal vez su disculpa ocultase la intención suavizar las cosas, de que me relajara para poder echarme un polvo.
Como seguía en silencio, habló él. Me explicó que los isleños no tienen permitido entrar en ciertos hoteles acompañando a huéspedes solitarias. Normas del hotel, y lo comprendí. El propio gobierno o ministerio correspondiente fue capaz de establecer políticas para proteger a los turistas, que yo, en mi inconsciencia, ni siquiera había contemplado, la posibilidad de despertar al día siguiente sola, sin dinero ni pasaporte.
Me propuso vernos por la noche, mostrarme la otra isla, la que no está dentro del circuito turístico. A pesar de mis dudas, era una invitación apetecible, además, yo también quería echarle no uno, sino unos cuantos polvos. Seguía corriendo riesgos, seguía haciendo equilibrio en el filo de la navaja, pero al menos tomaría la precaución de pedirle su número de teléfono y dejarlo visible en la mesa de noche del hotel.
Apenas sonreí, pero eso fue suficiente para que se tumbara junto a mi en la toalla. Me besó muy suave, al principio apenas rozando mis labios, luego se hizo mas posesivo, su lengua recorría mi boca mas profundamente, simulando los movimientos de la penetración. Nos dimos unos morreos y se fue. Ni yo me lo podía creer, unos pocos minutos, un par de besos y le estaba haciendo la competencia a un Ferrari, de cero a cien km/h en tres segundos, me dejó empapada. ¿Cómo iba a soportar el trascurso del día con ese calentón? Debía meterme al mar para que la humedad de mi sexo, que casi desbordaba el biquini no corriera por mi piernas.
Al salir del agua noté algo diferente. Me sentía igual de observada, pero al mirar a mi alrededor nada llamó ni atención especialmente. No se si fue porque me vieron acompañada de un lugareño, pero la cuestión es que los vendedores me dejaron el paz y disfruté de la playa el resto de la mañana, paz exterior, claro, porque mi cabecita no paraba de recordar las sensaciones que me provocaba ese negro alegre y despreocupado y mi mente seguía enviando estímulos que hacían que mi vagina tuviera pequeños espasmos de placer.

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