De sexo se habla y se escribe mucho, mas de lo que se practica.
Esto no es una guía para practicar mas, pero puede ser que mis experiencias
te hagan sonreír, sonrojar o te ayuden a conocer mas sobre el tema, buscarle
nuevos puntos de vista, o aprender juntos sobre sexo, erotismo y placer.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Sexo en el Caribe (Parte V)



Llamó el teléfono de la habitación, era de recepción avisando que había llegado el Sr. Enrique B.
Me incorporé y quedé frente al espejo que permitía contemplar mi cuerpo de pies a cabeza. Mi cabello largo y liso, un poco mas claro de lo habitual por la exposición al sol, que mi manía de usar sombreros no había evitado, mis piernas flacas pero con los músculos puestos a punto luego de horas de gimnasio y largas caminatas por el casco antiguo de Cartagena de Indias, con sus floridos balcones de madera y sus calles empedradas, donde me cruzaba a diario con decenas de negras macizas, transportando enormes bultos en su cabeza.

Contrastaba con las nativas caribeñas, tan voluptuosas, generosas en carnes, con leggins ajustados, grandes escotes, mostrando tanto que dejaban poco a la imaginación. Tal vez mi encanto se encontrara en ser la antítesis de la mujer local. Fuera como fuera, mi negro me estaba esperando.
Abrí la puerta y llamé al ascensor, en el que me encontré con la típica pareja de luna de miel. Por todo el lobby del hotel solo se veían parejas, abrazados y acaramelados, viviendo en su propio universo paralelo, considerando la posibilidad de que la felicidad que experimentaban en ese momento les duraría toda la vida, mas allá de ese paraíso tropical, donde todo estaba perfectamente colocado y decorado para crear el ambiente perfecto. Sentí pena por ellos, aunque en el fondo tan solo fuera envidia enmascarada.
Salí a la calle y ahí estaba mi moreno, descansando su musculoso cuerpo en una vetusta motocicleta que esperaba pudiera llevarnos a algún sitio. Al segundo intento logró encenderla. Me monté detrás, rodeándolo con mis brazos, con actitud de refugiarme, temer la velocidad y necesitar de su protección.
Salimos de la zona urbanizada y nos encontramos en una carretera con edificios a cada lado, precarios, mal iluminados y con apariencia de estar superpoblados. No sentía temor, ya no había vuelta atrás, lo que tenía que suceder, sucedería, y no podría hacer nada por evitarlo.

Nos detuvimos en una casa típica, de colorida madera, con la terraza acondicionada como bar y llena de lugareños, que a pesar de notar mi presencia, saludaron a Kike con total naturalidad, como si quien lo acompañaba fuera la misma chica de toda la vida, me miraban sin verme.
Corrió el ron y la hierba, las risas, los abrazos y los besos. Bailamos, aunque no necesitábamos excusas para frotar nuestros cuerpos. Él hablaba con sus amigos mientras me sobaba, pero yo no entendía ni una palabra de lo que decían, ni me interesaba.
Pasaron las horas, la gente se fue marchando y tocó nuestro turno. Monté en la motocicleta como pude, sin preguntar hacia dónde íbamos, simplemente me dejé llevar. Se detuvo frente a un bloque de apartamentos sin ninguna personalidad, similar a los que había visto anteriormente.
Tres pisos por escalera, oscura, estrecha, tétrica. Dentro del mini piso no mejoraba mucho la situación, apenas una habitación con la cocina integrada y un baño. La decoración brillaba por su ausencia, una cama sin hacer, un sofá desvencijado y un ruidoso ventilador de techo que no era capaz de refrescar el ambiente, cargado de olores rancios.
Todo eso lo percibí al despertar la mañana siguiente, sola en la cama revuelta, como mi cabeza y mi estómago. Me metí a la ducha, que solo tenía grifo de agua fría. Al correr el agua tibia por mi cuerpo, comencé a recordar...

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