De sexo se habla y se escribe mucho, mas de lo que se practica.
Esto no es una guía para practicar mas, pero puede ser que mis experiencias
te hagan sonreír, sonrojar o te ayuden a conocer mas sobre el tema, buscarle
nuevos puntos de vista, o aprender juntos sobre sexo, erotismo y placer.

lunes, 17 de enero de 2011

Una mujer de ensueño - Parte II

por HOMBREconAGUANTE 
Besos después, ella se apartó y, sonriendo pícara, se arrodilló y cogió con su tibia mano el miembro de Juan manejándolo con suavidad, examinándolo con aparente curiosidad, como si buscara a través de él, el punto más débil de su dueño, la forma más eficaz y directa de tratarlo para provocarle un furor incontenible.
Procedió a descapullarlo y, para darle cobijo en su boca, separó sus labios y los fue deslizando lentamente sobre el falo hasta que quedó oculto casi en su totalidad. Al retirarlos, reapareció cubierto de una fina película de saliva, segundos antes de volver a perderse en la cálida oscuridad de aquella boca. Repitió varias veces ese movimiento, cuando, de improviso, se detuvo y liberó el pene de su dulce prisión. Juan, que por entonces tenía los ojos entornados, los abrió y buscó con ellos a su compañera de juegos, que se le había quedado mirando. Entonces, dijo: -"Por cierto, me llamo Diana"
Y con toda la naturalidad del mundo continuó con la felación al hombre, que apenas pudo mascullar un:-"Yo Juan, encantado", antes de abandonarse de nuevo a los placeres que le brindaba la, ahora menos, desconocida mujer.
Su pene permanecía ahora dentro de aquella boca magistral recibiendo las caricias de su lengua. En ocasiones, Diana se lo sacaba y lamía su tronco con exquisita lentitud. Otras veces chupaba con delicadeza el glande como si de un caramelo se tratara. Otras más, buscaba uno de los testículos a través del escroto y lo succionaba. Entre medias, hacía regresar el pene al interior de su boca, donde lo sentía palpitar, donde se encontraba totalmente a merced de esa ninfa del pecado más perverso y a la vez más benévolo.
Juan se percató de que los ratos de cama consisten no sólo en recibir, sino también en dar y, además, de que, por definición, estos tienen lugar en camas; invitó a Diana a tumbarse en ella boca arriba. A continuación, se preparó para prodigar, con talento de artesano, placer a ese cuerpo desnudo y yacente hasta llevarlo al éxtasis.
Empezó por colocarse sobre ella y besar de nuevo su boca, luego su mejilla y después la cara lateral de su cuello, que recorrió con su labio inferior desde la clavícula hasta el nacimiento de su oreja. Dejó escapar un suave y largo soplido sobre ese cuello expuesto, cuello que volvería vampiro incluso al hombre al que más fobia provocara la sangre. Al notar que a ella se le ponía la carne de gallina constató que lo estaba haciendo bien.
Tras mimar un poco más esa tersa piel fue bajando a besos por su cuerpo, pasando entre sus pechos, atravesando su vientre camino del monte de Venus. A punto de llegar al centro de la feminidad de esa mujer, cambió la trazada rodeándolo y siguió su bajada a través de una de sus piernas. Hasta entonces no había prestado atención a sus pies y descubrió que también estos se hallaban presididos por la belleza. Cogió uno entre sus manos y lo masajeó unos instantes para luego atrapar entre sus labios el pulgar y chuparlo con delicia. Pasó la lengua lentamente por las yemas de los deditos y con dulzura dio varios besos en la planta del pie. Lo posó con gentileza sobre la sábana y cogió a su hermano gemelo para dar tres besos sobre el empeine y, besando el tobillo, dar comienzo al camino de regreso pierna arriba.
Llegó a la cara interna del muslo, nuevamente directo a la entrepierna para, por segunda vez, esquivarla. Luego puso su boca en la cintura de Diana y siguió la ascensión, esta vez con la lengua, dejando tras de sí un rastro de saliva. Paró a la altura de los pechos y los palpó. Eran turgentes y suaves al tacto, con unos pezones color café. Juan se dedicó a besar el pecho derecho, a succionar su pezón, a dibujar trazos de saliva a su alrededor con la lengua, a mordisquearlo con delicadeza. A la par, su mano se posó sobre el pecho izquierdo y lo acarició. Se detuvo unos segundos cuando notó a través de él los latidos del corazón de Diana. Sonriendo, Juan volvió a la labor de besar, chupar, lamer, acariciar y magrear esos dos montes de perdición.
Decidió volver a bajar a besos por su abdomen hasta la entrepierna. Esta vez no hubo rodeo ni requiebro. Diana sintió primero el cálido aliento de Juan sobre sus genitales; a continuación, sus labios templados; más tarde, la textura húmeda de su lengua. Él abría y cerraba su boca sobre la vulva, la recorría de abajo hacia arriba con su labio inferior, chupaba uno a uno los dos labios mayores. Pasaba su lengua sobre ellos de forma lenta pero cada vez ejerciendo una presión mayor, de modo que, a cada pasada, la lengua se iba hundiendo más entre ellos, cada vez más cerca de su interior.
Diana bajó una mano hasta la cabeza de Juan, mesando sus cabellos, guiando con ella sus movimientos, dando muestras de que disfrutaba de forma indudable. Juan alzó su mirada y la descubrió masajeando uno de sus pechos con la otra mano, pellizcando su pezón. Acto seguido regresó a las andadas. Esta vez buscó el clítoris, botoncito mágico, detonador del placer, bomba del éxtasis. Lo capturó entre sus labios, lo acarició con la punta de la lengua apretó ésta contra él.
Prosiguió unos minutos con estas atenciones ante los suspiros y algún jadeo de Diana, cada vez más húmeda. Poco a poco su respiración se volvió vacilante, entrecortada, sobre todo cuando Juan acompañó a las caricias de labios y lengua la presencia de un dedo que buscaba las profundidades más íntimas de una mujer. Diana acabó llegando al punto de no retorno y , entre pequeñas convulsiones, bañó la boca de Juan con sus jugos, embriagado él ante la visión de ese cuerpo vibrante y sinuoso.
Pretendiendo que el placer no cesara, Juan colocó su miembro a la entrada de la vagina y presionando dejó que su erección acabara siendo engullida por aquella cueva hambrienta de carne y virilidad. Se inclinó sobre Diana dejando que sus cuerpos quedaran casi paralelos y empezó a marcar con sus caderas un ritmo lento pero en progresión.
Juan volvió una vez más a besarla en la boca. Colocó sobre ella uno de sus dedos que Diana chupó golosa. Ella, con su instinto de gata, arañó con suavidad la espalda de su partenaire. Juan se paró pensativo un segundo y preguntó: -"¿Tú pagaste tu cuenta de la cafetería?"
-"No", dijo ella riendo.
-"Bueno, yo pagué con 10€ una consumición de algo más de 3€, así que supongo que con ellos, tu parte está pagada. Puedes considerarte invitada"
Tras nuevas risas, continuaron la penetración con un ritmo más rápido. Él notó cómo una de las manos de Diana se deslizaba entre ambos vientres en busca del clítoris. Ella notaba el escroto de Juan golpeando sus nalgas con cada embestida. Nuevos besos; una de las manos de él atrapó uno de los senos de ella; suspiros eran arrojados al aire; ella cruzó sus piernas sobre el trasero de Juan para que la penetración se hiciera aún más profunda, casi abismal; más suspiros; jadeos; más besos. Diana irguió la cabeza para pasar con lujuria su lengua sobre la cara de su amante. Los movimientos de cadera de Juan se volvieron casi frenéticos y una corriente de energía atravesó ambos cuerpos de punta a punta mientras una cascada de fluidos salía de ellos; ella gemía con los ojos entrecerrados; él jadeaba con la boca entreabierta.
Juan se echó a un lado sobre una cama empapada de sudor y flujos, lo que le proporcionaba una sensación de humedad especialmente intensa, vívida, poderosa. Y mientras se sentía tan mojado notaba también un sonido proveniente del exterior del dormitorio, de la calle, de la lejanía; tan remoto como cautivador. Tal era la atracción que ejercía sobre él que se olvidó del resto de sensaciones y experiencias recién sucedidas.
"Bip bip bip... bip bip bip... bip bip bip". Cuando Juan abrió los ojos, entre confuso y exhausto, conmocionado y desorientado, comprobó antes de apagarlo que el despertador marcaba las 7:00 AM. Luego, desviando su mirada, observó que una polución nocturna se había filtrado a través de los pantalones del pijama, abriéndose paso hasta la sábana. Después de maldecir a Calderón de la Barca al recordar el más célebre de sus fragmentos literarios soltó un "Manda huevos". Luego, inspiró profundamente y, tras exhalar el aire, se duchó, vistió, echó pijama y sábanas a la lavadora y salió del apartamento hacia su cafetería de toda la vida.
un relato escrito por HOMBREconAGUANTE
gracias!!

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