Desde hacía algún tiempo se encontraba
como en un letargo.
Su antiguo objeto de deseo había partido, llevándose consigo todo
su morbo, sus deseos, sus perversiones.
No ayudaba que se cruzaran por las
esquinas, que el destino se empeñara en recordarles, mediante una
punzada en el estómago, que la pasión se podía reanudar con
desenfreno en cualquier momento.
Una aproximación más cercana, con menos centímetros de distancia que los separara, donde uno pudiera percibir el olor del otro, sería suficiente para arrasar las barreras autoimpuestas y sus manos buscaran el calor conocido que irradiaban sus cuerpos.
Una aproximación más cercana, con menos centímetros de distancia que los separara, donde uno pudiera percibir el olor del otro, sería suficiente para arrasar las barreras autoimpuestas y sus manos buscaran el calor conocido que irradiaban sus cuerpos.
Pero ciertas pasiones prohibidas por
algo lo son, a pesar que cuando estaban juntos el mundo se
desvanecía, sólo importaban las miles de sensaciones que se
despertaban tan solo con una caricia, una mirada lasciva mientras sus
lenguas recorrían la piel, penetraban cavidades, arrancaban gemidos
y orgasmos.
Todo eso es pasado, recuerdos que
alguna noche los despertaba con la sensación de tener el sexo
húmedo.
¿O acaso esa humedad la producía otra
persona?
Tal vez un Ángel que se colaba en su
mente, que rondaba aspirando a convertirse en una nueva fuente de placer, que preparaba un desayuno aromático que sin excepciones
se enfriaba, ya que la bandeja inevitablemente quedaba aparcada sobre
la mesilla...
La tentación de una pierna asomando
bajo la sábana, de un sexo últimamente tan inexplorado estaba
siendo más fuerte que todo lo demás.
Indudablemente este Ángel tenía todo
para convertirse en un nuevo objeto de obsesión.
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