Soy una apasionada de los relatos eróticos, y el otro día encontré uno que me llamó la atención, me dejó pensando. Cada cual tiene diferentes mecanismos para aumentar la libido o buscarse placer, todos respetables si no utilizamos la fuerza o la violencia para que otro nos lo proporcione.
Este cuento no supe como catalogarlo, aunque sé que las etiquetas no siempre son buenas. Sin ánimo de ser irrespetuosa y buscando un punto de humor, se me ocurrió que tal vez este relato fuera el propulsor del conocido taco: “que te folle un pez” y para otros será un relato erótico muy especial. Os dejo aquí y espero que me comentéis vuestras impresiones.
EL PEZ FRÍO, un cuento erótico del Japón (siglo XI)
Hanako, una joven bella, aunque atolondrada, tenía un amante escrupuloso y pulcro que gustaba de hacer el amor con guantes. Antes de tocarla, el hombre vigilaba personalmente su baño y exigía que ella se fregara con piedra pómez de pies a cabeza, se depilara hasta el último vello y enjabonara cuanto pliegue y orificio había en su esbelto cuerpo, todo esto sin una palabra de afecto o de aprecio por sus encantos. Ahora bien, en el jardín de Hanako había un estanque donde todavía nadaba una carpa enorme y venerable. A pesar de sus cuarenta años de existencia, el viejo pez no tenia ninguna de las mañas del meticuloso enamorado de Hanako, por el contrario, era fuerte como un atleta y lleno de consideración, como deben ser los buenos amantes. No es raro, por lo mismo, que ella lo prefiriera como compañero.
La joven solía sentarse a la orilla del agua y al llamarlo por su nombre él subía a la superficie a jugar con ella. Una noche, después de recibir las higiénicas caricias del hombre con guantes, salió al jardín y se echó a la orilla del estanque a llorar. Atraído por los sollozos, el gigante subió del fondo y acercándose a la mano lánguida que tocaba apenas el agua, le chupó uno a uno los dedos con sus fuertes labios. Hanako sintió que su piel se erizaba y una sensualidad desconocida la recorría entera, sacudiéndola hasta la esencia misma de su ser. Dejó caer un pie al agua y el pez besó también cada dedo con la misma dedicación, y luego la otra mano y el otro pie, y enseguida ella puso las piernas en el estanque y la carpa frotó las escamas de plata de su vientre contra la piel de la muchacha. Hanako comprendió la invitación y se dejó caer en el barro del estanque, abierta y blanca como una flor de loto, mientras el atrevido pez rondaba en torno a ella acariciándola y besándola y obligándola a abrir las piernas y entregarse a sus caricias. El pez le soplaba chorros de agua por las partes más sensibles y así, poco a poco, fue ganando terreno y conduciéndola por las rutas del placer más sublime, un placer que Hanako no había tenido jamás en brazos de hombre alguno y menos, por supuesto, del amante enguantado.
Más tarde ambos reposaron flotando contentos en el barro del estanque bajo el escrutinio de las estrellas.
Pues , no había leído nunca un relato oriental tan corto y tan lleno de sensualidad, es increíble pensar en que un pez sedujera a una dama, pero ya ves... cada día me sorprende algo, por suerte
ResponderEliminarYuse
Es fascinante la cantidad de cosas que nos rodean y que no somos capaces de ver, por no tener la sensibilidad o el ojo entrenado para descubrirlas y por suerte queda en nosotros capacidad para el asombro, eso es lo importante, un besito
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